Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 1 de mayo de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Castelar, y discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 1, 75 a 77
Tema: Acta de Sevilla

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Cuando el Sr. Castelar nos inundaba con los raudales de su fantasía, cuando con tanta elocuencia y poesía tanta embargaba nuestra atención, yo no podía menos de recordar una cosa que me sucedió siendo Ministro de Estado con una comunicación que me fue remitida de la China.

Encontréme un día con un gran cajón lleno de jeroglíficos

ininteligibles y de rótulos, en medio de los cuales venia por fortuna uno escrito en inglés, que claramente decía que aquel cajón venía dirigido al Ministro de Estado español. No tenía nada de particular el cajón, sólidamente construido y curiosamente dispuesto. Se abrió, y apareció dentro de él una caja de madera, más fina y mejor labrada que el cajón que la encerraba, y con jeroglíficos y rótulos mejor escritos y más artísticamente delineados. Abrióse esta caja, y se encontró dentro de ella otra caja, caprichosa en la forma, elegante en el aspecto y ricamente adornada: dentro de esta tercera caja venía un gran bolsón de un tejido de mérito, con grandes cordones y grandes borlas, y perfectamente sellado y lacrado; se abrió este bolsón, y apareció dentro de él una bolsa de riquísima seda, y de seda y oro recamada; estaba, también como la anterior bolsa, perfectamente lacrada y sellada; dentro de esta bolsa apareció un envoltorio de seda y de cintas de varios colores, y por último, en él se encontraba una comunicación en mal papel, y escrita hasta con mala tinta; pero comunicación que decía tan poco de particular, que bien podía el Ministro de Estado español, y cualquiera otro Ministro de otro país, pasarse sin saberlo. Tanta caja, tanta bolsa, tanta seda, tanto oro, tanto bordado y tanto lujo para una comunicación que no tenía nada de particular. Hé aquí por qué pensaba yo si el Sr. Castelar se habría aficionado á las costumbres chinas.

Gran discurso, magníficos períodos, frases sonoras, mucha elocuencia, gran poesía para mitigar al fin y al cabo los desconsuelos de los nunca resignados candidatos vencidos o lo que es peor, para encerrar el despecho de los nunca convencidos candidatos derrotados.

Y esto es tan verdad, Sres. Diputados, que muchos de los que me están escuchando que fueron Diputados en las Cortes anteriores, fácilmente recordarán que en la misma ocasión poco más ó menos, momentos antes de constituirse aquel Congreso, el Sr. Castelar nos pronunció un discurso en que nos denunció perfectamente los mismos hechos, las mismas ilegalidades, las mismas arbitrariedades, las mismas violencias que nos ha denunciado hoy; y hasta podría decir, si no fuera porque la abundosa imaginación de S. S. no necesita repetirse, con las mismas palabras, con las mismas frases y hasta con los mismos períodos. No hay más diferencia, Sres. Diputados, sino que entonces el Sr. Castelar denunciaba todos esos hechos y acusaba por ellos al Gobierno, suponiendo que el Gobierno los había cometido para sacar triunfantes á los que hoy son radicales, mientras hoy supone S. S. que ha cometido los mismos excesos para sacar triunfantes á los Diputados de otro color. Yo podía muy bien, Sres. Diputados, contestar a esta parte del discurso del Sr. Castelar, con el discurso con que tuve la honra de contestarle entonces: allí le contesté minuciosamente a todos esos cargos que hoy ha dirigido al Gobierno. Y esto es lo que debía hacer, porque por lo menos, contaría a mi lado con el apoyo y con el aplauso que entonces tuve de los actuales radicales, que hoy parece que son amigos del Sr. Castelar. (El Sr. Ruiz Zorrilla (D. Manuel), pide la palabra: rumores en los bancos de la mayoría.)

Y debo hacer esto, Sres. Diputados, con tanto mayor motivo, cuanto que el Gobierno, que cree de urgente necesidad la constitución del Congreso, no ha de contribuir ni en poco ni en mucho a dilatar este acto. No diré, pues, hoy más que lo necesario a contestar todo lo ligeramente que pueda algunos hechos concretos del Sr. Castelar, dejando las apreciaciones políticas que se ha servido hacer para cuando el Congreso esté constituido, que tiempo y lugar tenemos para discutir el señor Castelar y yo; que tiempo y lugar tenemos para que el Sr. Castelar, como todos los demás Sres. Diputados de la oposición, me encuentren, como me encontrarán, siempre dispuesto a entrar en los debates políticos que tengan por conveniente.

Dejo, pues, las apreciaciones políticas que el señor Castelar ha hecho para contestarlas oportunamente y en su día, y voy a hacerme muy ligeramente cargo de las tres partes en que ha dividido su discurso. Las actas de Sevilla, la cuestión general de elecciones y las consecuencias que ha traído consigo la política electoral del Gobierno.

De las actas de Sevilla, Sres. Diputados, habréis observado que no se ha citado ni un solo hecho concreto, ni uno absolutamente; porque aquellos grandes atropellos de coger a uno, montarlo en un burro y llevarlo no sé dónde, no han tenido lugar en Sevilla, ni sé tampoco en qué punto estos hechos hayan podido tener lugar.

¿Qué es lo que ha dicho el Sr. Castelar de las actas de Sevilla? ¿Por qué ha tomado ahora el Sr. Castelar las actas de Sevilla como pretexto para pronunciar un discurso, como lo tomó en las Cortes pasadas de unas actas que no tenían nada de particular? No ha tenido su señoría más razón, y no abona mucho por cierto la formalidad de su carácter, que yo por otra parte reconozco, que la de haber tenido Sevilla el mal gusto, según su señoría, de elegir Diputado al Presidente del Consejo de Ministros, y de no haber elegido a ningun Diputado republicano. Pero ¿dónde están los hechos? Una capital como Sevilla que presenta cerca de 30.000 electores, teniendo un censo de población de 110.000 almas, tratándose de una capital que presenta una masa electoral como no la presenta ningun pueblo de España en proporción á su población, porque resulta que la proporción del censo electoral al de población es de 1 a 4, cuando en general es de 1 a 5 en todas partes incluso Madrid, ¿tiene derecho el Sr. Castelar para decir que se ha eliminado a los electores republicanos, que no han votado los electores de su partido, y que no se han repartido las cédulas? ¿Pues no sabe el Sr. Castelar que esos casos están previstos en la ley? ¿Cómo, si han reclamado las cédulas no se les han repartido? ¿Cómo, si las han reclamado y no las han obtenido, no han ido al colegio a exigir la cédula duplicada que tienen derecho a exigir, y que no podían menos de obtener? Pero si ni aun así las han podido obtener, ¿cómo no se ha protestado la elección en una capital como Sevilla, cómo se viene aquí a falsificar los hechos suponiendo [75] que la elección de Sevilla ha sido amañada? (Rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Tengan presente los señores Diputados de ambos lados de la Cámara, que deben guardar el decoro debido al Congreso, a la opinión y a sí mismos.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Grande ofensa infiere a la importantísima ciudad de Sevilla quien supone a sus electores sin valor bastante para reclamar su derecho y para hacerlo respetar: indignos serían entonces de los derechos que la ley les concede. ¿Cómo se puede suponer que en el cuerpo electoral de una población como Sevilla no haya libertad e independencia bastante para reclamar su derecho, si alguno fuese tan osado que tratara de arrebatárselo? ¿Es que el censo electoral estaba mal hecho? ¿Es que no estaban inscritos en las listas todos los que podían tener derecho de votar? Pues si no es esto lo sucedido, no se puede decir nada de la elección de Sevilla sin ofender, sin rebajar, sin humillar a aquel vecindario.

Y en último resultado, señores, ¿qué población es esa donde cometiendo esas tropelías, donde atropellando de esa manera el derecho de los ciudadanos, no hay ciudadanos que se atrevan a protestar, ni tengan medios de protestar? (Una voz: ¿Para qué?) Para que aquí se hiciera la debida justicia, o los tribunales en su caso. (Rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que no interrumpan al orador.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pues qué, ¿no estamos aquí haciendo justicia todos los días, no la hace la comisión, no la hace el Congreso? Pero la teoría de los señores de la oposición es muy peregrina: ¿son actas de la mayoría? Pues forzosamente son actas graves. ¿No vienen protestadas? Pues es porque se ha creído excusado, porque se sabe que el Congreso las ha de aprobar. Puesto que cuando se verificaban las elecciones todavía creíais los coaligados que ibais a ser mayoría, debisteis hacer protestas, pensando que sobre las actas había de fallar una mayoría vuestra. Si no habéis hecho las protestas, es porque no habéis encontrado motivo ni razón para hacerlas. No las habéis hecho porque no podíais hacerlas; no lo habéis hecho porque al lado de las declamaciones vagas a que el Sr. Castelar ha apelado innecesariamente, porque S. S. no necesita apelar a recursos tan vulgares para producir grandísimos efectos, al lado de las declamaciones vagas, y por lo vagas ridículas, que se vienen aquí produciendo contra la legalidad electoral, yo puedo presentar hechos, y hechos que no tienen igual en los fastos parlamentarios de este país, ni de otros muchos países.

¿Qué me importa a mí que se diga que las elecciones han estado mal hechas y que se han cometido muchas torpezas; que me importa a mí eso, cuando en tres días se han presentado al Congreso 260 actas, que han sido aprobadas sin que la oposición haya podido levantarse a combatir ninguna, y cuando tenemos hoy el número de actas bastantes para poderse constituir el Congreso? Es decir, que yo puedo invocar en mi apoyo el hecho, que no tiene ejemplo en los fastos parlamentarios, de que sin discusión ninguna hemos podido constituir el Congreso.

Pero era necesario decir algo contra las elecciones de este año, como fue necesario decir algo contra las elecciones del anterior, y como también fue necesario decir algo contra las elecciones de las Cortes Constituyentes, sobre las cuales S.S. en aquella ocasión y con el mismo propósito, nos hizo un discurso como el que nos hizo el año pasado, y como el que nos ha hecho esta tarde. (El Sr. Estéban Collantes: Y como S. S. los hacía cuando estaba en la oposición). Yo hacía lo que tenía por conveniente. (El Sr. Estéban Collantes: Lo mismo que estos señores. Yo no critico lo que hacen; lo expongo. Pero era necesario además que el Sr. Castelar hiciera algo por las elecciones de Sevilla, y sobre todo dijera algo de Sevilla, cuya capital, a pesar de haber sido visitada por S. S., y a pesar de haber oído su elocuentísima voz, no ha tenido por conveniente dejar de elegir al Presidente del Consejo de Ministros, ni ha gustado de elegir a ningun republicano, siquiera fuese tan eminente como S. S. Ahora, tratando de seguir el curso de los argumentos del Sr. Castelar, y eso que no pensando contestar á S. S. con extensión no he tomado apunte alguno, voy a ocuparme de eso de los distritos naturales, que S. S. me ha atribuido esta tarde.

Es verdad que los hombres después de una larga carrera política, y sobre todo si su vida, aunque no sea muy larga, es tan azarosa como la mía, suelen tener distritos naturales, o mejor dicho, son candidatos naturales en todos los distritos. Yo también tengo distritos naturales, Sr. Castelar; pero como me encontré con muchos distritos para elegir, escogí aquellos en que pudiera ser más difícil salir triunfante. (Risas en la izquierda.)

Ríanse S. SS. lo que quieran, pero la verdad es que la provincia de Zamora, que el Sr. Castelar ha citado, y la provincia de Logroño, que es la en que he nacido, pusieron a mi disposición el distrito cuya elección, fuera más fácil; mas como yo no quería traer muchas actas, como no quería proporcionará los electores el trabajo de proceder a segundas elecciones, no quise ninguno de aquellos distritos. Mas dice el Sr. Castelar: " El Sr. Sagasta tiene un distrito natural en Madrid, y ese distrito le ha expulsado." Yo no quiero hablar de las elecciones de Madrid, ni mucho menos de las elecciones del distrito del Hospicio; solo le voy a decir al Sr. Castelar una cosa, y es, que en esas elecciones he tenido a mi lado a los mismos amigos que tuvo Calvo Asensio cuando ellos y yo trabajábamos en obsequio de aquel eminente y malogrado Patricio; y a los mismos que he tenido después yo en mis elecciones anteriores a ésta; y en la junta preparatoria no me faltó ni uno solo de los amigos de la desgracia que conmigo lucharon cuando era más difícil luchar que ahora. Fueron exactamente los mismos. (Rumores en la izquierda.)

El Sr. PRESIDENTE: Reparen los Sres. Diputados que aquel de los lados de la Cámara en donde se manifiesten más interru`pciones, la opinión entenderá que tiene menos razón esta tarde.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Repito, Sres. Diputados, que me importa que quede consignado que yo he tenido a mi lado a los mismos que estuvieron al lado de mi amigo Calvo Asensio, y a los mismos que después han estado también conmigo en las elecciones anteriores a la presente. No ha habido más que dos excepciones, y yo sé bien por qué y para qué. Pero ya que el Sr. Castelar ha hablado de las elecciones de Madrid, y ya que no quiero entrar en la discusión de estas elecciones, porque no es de este lugar, y porque vendrá mejor oportunidad, voy a decirle yo a S. S. por qué he sido excluido del distrito del Hospicio. [76]

El Sr. Castelar es sin duda alguna la eminencia más culminante del partido republicano. Su señoría es el orador insigne de ese partido, y es dentro de él, no sólo una celebridad en España, sino una celebridad en Europa y en América. Generalmente los partidos que están en la oposición reservan el honor, que siempre es un honor, de buscar para sus representantes en las capitales aquellos insignes personajes que tanto brillo les dan. Muchas veces se han reunido los republicanos para acordar los candidatos que habían de designar para los distritos de Madrid. No tengo noticia de que en ninguna junta se hayan acordado de S. S., y desgraciado su señoría si hubiera tenido empeño en figurar como candidato en uno de los dos distritos en que aquí puede luchar el partido republicano, porque hubiera sido vencido por un Galiana. (Grandes interrupciones. El Sr. Galiana: No hubiera sido vencido, y el mismo Galiana le hubiera apoyado. Además, es tan decente por lo menos como S. S.)



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